Ekrem Imamoglu, alcalde de Estambul y una de las figuras más prominentes de la oposición en Turquía, ha pasado en pocos días de ser un potencial candidato presidencial a estar tras las rejas. Acusado de corrupción y presuntos vínculos con el terrorismo, su detención ha sido ampliamente percibida como una maniobra política para frenar su ascenso y debilitar a la oposición. Su popularidad, consolidada desde su victoria en 2019, lo ha convertido en un rival clave del presidente Recep Tayyip Erdogan.


Desde la cárcel, Imamoglu ha enviado mensajes de agradecimiento a los ciudadanos que, en un acto de desafío al gobierno, acudieron en masa a votar en las primarias de su partido, el socialdemócrata CHP. Pese a los intentos de las autoridades por desacreditarlo, millones de turcos han manifestado su apoyo, interpretando su arresto como un ataque directo contra la democracia. La revocación de su diploma universitario, un requisito para postularse a la presidencia, ha aumentado las sospechas de una campaña para inhabilitarlo políticamente.


El impacto de su encarcelamiento ha ido más allá, provocando indignación incluso entre exaliados de Erdogan y figuras de su partido, el AKP. La presión sobre la oposición ha escalado, con especulaciones sobre la posible intervención del gobierno en la cúpula del CHP. Mientras tanto, manifestaciones multitudinarias han tomado las calles de Estambul y otras ciudades, con enfrentamientos entre ciudadanos y fuerzas de seguridad.


La respuesta del gobierno ha sido contundente restricciones a la movilidad, censura mediática y cientos de detenciones. Erdogan ha calificado las protestas como terror callejero y ha acusado a la oposición de intentar desestabilizar el país. Sin embargo, la movilización ciudadana sigue en aumento, con llamados a huelgas generales y demandas de elecciones anticipadas.