Marwa dejó Afganistán en busca de libertad: quería estudiar, trabajar, usar jeans y caminar sola por el parque. Sin embargo, su realidad es otra: ahora permanece encerrada en un refugio en Costa Rica junto a un centenar de deportados por Estados Unidos.

“Es realmente un problema . Un gran problema. Fue realmente difícil para mí quedarme en Afganistán. Y sé que, si regreso a Afganistán, no estoy segura… moriré allí.», Marwa”, migrante afgana.

Y es que tras las rejas del Centro de Atención Temporal de Migrantes (Catem), cerca de la frontera con Panamá, esta afgana de 27 años dice fuera de cámaras y bajo nombre ficticio que si regresa la matarán los talibanes. Su esposo también corre peligro y su niña no tiene futuro en Afganistán. 

Ellos son parte de 200 migrantes, unos 80 de ellos niños, de Afganistán, Irán, Rusia y otros países asiáticos y algunos africanos que Estados Unidos envió hace un mes en dos vuelos a Costa Rica.

El presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves, justificó el acuerdo con Washington. En su momento afirmó estar «ayudando al hermano poderoso del norte».

En todo caso, Marwa no sabe qué pasará con su futuro, pero está claro que el gobierno de Donald Trump cerró las vías legales de entrada a Estados Unidos, suspendió planes de refugio e inició una cacería de migrantes para deportarlos.