En Siria, el gobierno interino ha declarado el fin de una operación militar en el oeste del país, tras días de intensos enfrentamientos con leales al expresidente Bashar al Asad. Sin embargo, la violencia ha dejado una estela de muerte y controversia, con denuncias de ejecuciones masivas y un elevado número de víctimas civiles.
El Ministerio de Defensa anunció el éxito de su operación contra los últimos reductos de lealtad a Bashar al Asad. Pero este logro ha dejado una estela de luto y pérdidas. El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos habla de al menos mil 500 muertos, una cifra escalofriante que el gobierno interino prefiere ignorar.
La violencia, desatada por un ataque de partidarios de Asad en Jableh, ha sacudido la cuna de la comunidad alauita, la misma que durante décadas sostuvo el régimen autoritario de los Asad.
Cientos de civiles, miembros de esta minoría, han sido abatidos, supuestamente por las propias fuerzas de seguridad y sus aliados. Una tragedia que ha despertado la indignación internacional y ha puesto en entredicho la promesa de un nuevo comienzo para Siria.
El presidente interino Ahmad al Sharaa, consciente del golpe a su imagen, ha ordenado una investigación por parte de una «comisión independiente». Pero las dudas persisten.
Irán, un antiguo aliado de Asad, negó el lunes cualquier implicación en los actos de violencia que azotaron el país, escenario de una guerra civil durante más de 13 años.