135 cardenales de todo el mundo comienzan este miércoles 7 de mayo el cónclave que elegirá al nuevo Papa, tras el fallecimiento de Francisco. El proceso, profundamente ritualizado, se realiza a puerta cerrada y sin contacto con el mundo exterior hasta que se alcance una decisión.

Para ser elegido, un candidato debe recibir al menos dos tercios de los votos. Si no se logra ese umbral en las primeras rondas, que se celebran cuatro veces al día, el proceso se prolonga y, eventualmente, puede alternar jornadas de votación con días de oración. Si después de 34 votaciones no hay consenso, se reduce la elección a los dos cardenales con más votos, quienes ya no podrán sufragar.

Cada jornada comienza con una oración colectiva y el juramento de secreto. Los cardenales escriben su voto en latín y lo depositan en una urna sobre el altar. El escrutinio es realizado por tres cardenales escrutadores, quienes leen en voz alta los nombres escritos. El resultado es comunicado al exterior mediante la tradicional fumata: negro si no hay Papa, blanco si ha sido elegido.

El cónclave tiene un carácter espiritual y estratégico. El 80% de los electores fueron nombrados por Francisco y muchos provienen de regiones en desarrollo. Este perfil más diverso ha despertado expectativas sobre una elección más impredecible, con nombres que aún no dominan el escenario mediático.

El nuevo pontífice será presentado desde el balcón central de la Basílica de San Pedro con el anuncio “Habemus Papam”. Hasta entonces, el mundo seguirá atento al humo que surja del techo de la Capilla Sixtina, esperando conocer al líder de más de 1.400 millones de católicos en todo el planeta.