Entre los escombros del campamento de Zamzam, en el norte de Darfur, un video filtrado muestra el rostro más brutal del conflicto sudanés: un soldado de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) dispara a quemarropa contra un hombre desarmado. La secuencia, autenticada por observadores internacionales, revela además a otros tres civiles siendo amenazados a punta de fusil mientras yacen en el suelo. Al fondo, decenas de cuerpos sin vida, entre ellos trabajadores humanitarios completan el dantesco panorama.
Lo que hasta enero albergaba a 500,000 desplazados hoy es una zona de terror. La ofensiva de las FAR ha obligado a huir a 400,000 personas en semanas, según la ONU.
Entre los más de 300 civiles reportados muertos hay diez médicos de Relief International, abatidos mientras atendían en una de las últimas clínicas operativas. «Es una carnicería selectiva», denuncia un comunicado de ACNUR, que alerta sobre posibles crímenes de lesa humanidad.
Mientras las FAR insisten en que Zamzam era «un nido de insurgentes», imágenes satelitales muestran barrios civiles arrasados. La comunidad internacional exige una investigación, pero el acceso sigue bloqueado. Para los sobrevivientes, el horror es claro, relata un refugiado a Amnistía Internacional. Mientras tanto, al-Fashir, último reducto gubernamental en Darfur, resiste bajo asedio en lo que podría ser el capítulo más sangriento de esta guerr